domingo, 26 de septiembre de 2010

Por el derecho universal de leer

Siempre me ha gustado mirar libros; preguntar títulos; disfrutar de su textura y olor a nuevo o viejo e incluso comprar uno que otro volumen para pedir que lo graben o digitalicen. Generalmente, escucho con resignación las preguntas sorprendidas de los libreros y vendedores, alusivas al “¿cómo lee?” pero siempre que puedo, los interrogo a mi vez, sobre la oferta de audiolibros, o utópicamente, sobre la presencia en sus escaparates de algo en Braille. La respuesta es invariablemente la misma, pero no lo suficientemente fuerte como para desanimarme.
Fiel a mi costumbre, quise acompañar a Rodrigo (Wiry) a la “expolibros” evento del Plaza Vespucio, cuyo anuncio me distrajo del fuerte sabor de la comida japonesa que “disfrutábamos”.
¿”Hagamos un experimento social?” fueron las palabras de Wiry, siempre tan dispuesto a vincularse desde lo cognitivo con su entorno. Obviamente, yo acepté, pues prendo con agua cuando se trata de esas cosas; La idea consistía en que iríamos por todos los puestos preguntando si tenían algún material para personas ciegas, ya fueran audiolibros, material en relieve o bien, algo en Braille.
Ignoro cuáles eran las expectativas de Wiry; ignoro también el motivo por el que la idea de que se tratara de una exposición bullada me esperanzaba ilusamente, pero la cosa es que partimos, sin desanimarnos cuando la primera persona nos dijo “nooo” con esa “oo” medio compasiva, medio divertida que me pone la piel de gallina y dibuja una sonrisa suave en mi cara.
“no, lo siento” “puucha, noo” “nooo… jaja, no tenemos nada de eso” “mmhh nooo” fueron las respuestas en puntos de venta de editoriales tan famosas como universitaria, Contrapunto, TXT, Norma, entre otras. El único punto brilloso entre comillas fue la respuesta del Fondo de lectura, que aseguró tener una colección para Disminuidos visuales, lo que ya es algo.
Finalmente, tras el último lugar consultado, caminamos hacia el colectivo, sin decir mucho, salvo lo que se dice siempre. Que era obvio; que no somos un público rentable; que por eso mismo los eventos como estos no nos incluían; que no importaba.
Lo cierto es que sí importa y lo reiterativo de la situación no lo hace más fácil. Ciertamente no somos rentables; ciertamente no somos un gran eslabón en el polisistema, pero sí deberíamos poder elegir. Wiry decía que Chile no es un país lector, pero el sector mayoritario puede elegir, no por las políticas públicas, claro, pero sí porque el formato no es obstáculo. Creo que por eso duele. A nosotros no nos dejan elegir y no quiero sonar patéticamente dolorido, pero sí recalcar que esto atenta contra el mismo principio del polisistema en que nos encontramos. ¿Libertad? ¿Miles de posibilidades? ¿Un mercado que se ajusta al consumidor?
Yo digo bla y llamo a abrir también el mercado editorial para el audiolibro, y a pensar además que la vista no es el único medio para leer, pues hay personas que, al margen de la limitación física, lo hacemos con otros recursos.
Estoy conciente de que se trataba de una iniciativa que incluía editoriales de mediana envergadura y me da una esperanza, para seguir acudiendo, seguir insistiendo, porque la excusa del costo en transcripciones al braille quedó pequeña; porque sigo pensando en un futuro distinto en que los ciegos podamos llegar a las librerías, mirar,/escuchar, cotizar, leer un poquito, disfrutar, como lo podrían hacer todos, si quisieran.

Estaba algo ahogado y por eso quise compartir esto con ustedes.
Espero que sus fiestas patrias hayan estado buenas, que hayan hecho todo lo que querían y bla.
Por mi parte, estoy lleno de correcciones, pero bien contento. Les mando un tremendo abrazo y nos veremos a la otra.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Fiestas patrias

¡Vaale! Sé que reiteradamente había prometido no callar por demasiado tiempo; también sé que había mencionado mi interés de comentar los sucesos significativos. Pero lo cierto es que la pega ha dicho otra cosa y con suerte tengo rato para dormir como Dios manda.
Lo cierto es que son bonitos tiempos, con esto del bicentenario y las fiestas patrias. La gente anda toda feliz, endieciochada y con ganas de comer cosas ricas. Parecen haberse tomado muy en serio el asunto de los doscientos años y celebran y celebran. Yo hasta aguinaldo recibí, no como me hubiera gustado, pero bueh, que “doscientos años no se cumplen todos los días”.

Estas son fiestas que me gustan mucho, como creo que alguna vez comenté. Me encanta la música folclórica, la comida chilena, los intentos de bailar cueca que realizan mis parientes y quizá más que todo eso, la buena onda que tiene la gente en todas partes. Afortunadamente, tuvimos vacaciones en el colegio y eso me ha permitido descansar, pero también pensar. Le he dado vuelta a varias cosas, pero no sé si sea pertinente detallarlo demasiado. Básicamente, cuestionamientos sobre el sistema de vida que llevamos, el tiempo de calidad, las proyecciones de futuro, la toma de decisiones, etc. No es alegre la reflexión, pero necesaria, supongo. Habrá tiempo para hablar de ello, no oscurezcamos estas fiestas.

Por estos días, me siento muy conectado con “La tierra” en ese sentido natural y primero, que se traduce en caminar por parques, comer frutas, sentarme a tomar el aire que anuncia la primavera y compadezco profundamente a los alérgicos, que ya están padeciendo por estas épocas.
Ahora mismo hay movimiento en mi casa. Preparan empanadas, encienden fuego para el asado y suena Santiago del nuevo extremo con “a mi ciudad”. No puedo evitar sonreír y agradecer. Mi familia goza con esta fiesta y aunque mi hermana está lejos, sé que buscará un lugar donde comer algo típico o bailar un poco.

Realmente espero que disfruten estas largas fiestas; que bailen, canten, coman, tomen lo necesario, se rían mucho y junten la energía necesaria para terminar el año. Desde acá un tremendo abrazo especialmente a los mineros atrapados, a los comuneros mapuches y a los compatriotas que no están en Chile para estas fiestas. ¡Mucha mucha energía!

A quienes visitan regularmente este pequeño rincón, intentaré escribir con menos espacio entre posts, pero más breves.

sábado, 24 de julio de 2010

Canto por lo que no fue.

“Sí, qué rico escucharte! El otro día nomás estaba pensando en cómo estarías.
Sí, demás. Oye, pero podríamos juntarnos… onda pa conversar de la vida un ratito.
Síii… sería bacán… yo te llamo.
¡Aaayy qué entrete!”. (llamada telefónica entre dos viejos amigos)

Conversaciones como éstas son bien frecuentes y, de alguna forma, reflejan nuestra condición natural para inventar juntas que sabemos irrealizables y, quizá en una consideración más amplia, el poco valor que asignamos al compromiso oral. Llenas de frases de cortesía, se instalan en nosotros, para irse con la facilidad con que cortamos el teléfono o cerramos la sesión del mail.

Yo soy experto para planear este tipo de juntas; siempre tengo ganas de ver a todo el mundo, pero estoy lejos de tener “Todo el tiempo del mundo”. Y es que ese es uno de los asuntos cruciales del cuento. Tengo la impresión de que a muchos nos pasa que el trajín de los trabajos, el quehacer común de llevar una vida adulta, no nos permiten distribuir adecuadamente los tiempos, ni priorizar en función de nuestro placer. No todo el mundo comprende esto; no toda la gente asume que las ganas están, pero no siempre las posibilidades.

Recuerdo que alguna vez leí en alguna parte que hay gentes para ciertas épocas, personas que nos acompañan en ciertos períodos de la vida. Comparto esto, pero sólo a medias. Creo que efectivamente hay personas que aparecen en momentos bien definidos de la vida, marcándolos y haciéndolos más gratos; hay individuos cuya influencia se enmarca en estos períodos, pero de nosotros depende finalmente, que su importancia sea más gravitante en nuestra vida. Está bien lejos de ser una obligación. Es una decisión, como todo lo que tiene que ver con sentir.

Otra persona me comentó alguna vez, que le daba mucha lata juntarse o llamar a sus viejos compañeros de escuela, pues se le ocurría que no iban a tener de qué hablar y temía que el momento se dilatara. Creo que el temor es inevitable y hasta me parece normal que suceda aquello, al menos en primera instancia. El devenir no nos permite mantenernos en contacto con todos aquellos con quienes compartimos, pero tampoco es necesario hacer como que el tiempo no pasa, como que todo sigue igual de intacto. De hecho, también las relaciones cambian y necesitan ser aceitadas, si no, no pasa de ser la reunión de compromiso con viejos amigos, teñida por el ególatra anhelo de que el tiempo no transcurra.

Eso tampoco es malo a lo sumo, pero saber bien qué se espera, a qué se va, aclara mucho las ideas, me parece, y me hace mucho más sentido cuando es posible reconocerse en el tiempo nuevo, en los sucesos transcurridos al no verse, en las anécdotas revividas, etc.

Yo soy un idealista empedernido y olvido fácilmente estas cosas, pero al mismo tiempo, soy re bueno para llenarme de eventos y cosas que me impiden mantener todo lo oxigenadas que me gustaría mis relaciones. Yo quisiera que no fuese así y dentro de todo, me hago espacios, pero estas vacaciones no pude ver a toda la gente que me había propuesto. Sepan que no fue por mala onda, flojera y mucho menos falta de interés. Es sólo que me atrapa el devenir, que tengo una pésima capacidad de ordenar mis tiempos y que mi memoria ya no es lo que era.
Espero podamos hacerlo en el futuro, gracias por la paciencia y por no olvidarse de mí.
Un tremendo abrazo y nos veremos pronto pronto en estas vacaciones que ya terminan.

martes, 20 de julio de 2010

Vacaciones

Creo que una de las cosas más tremendas de vacaciones es la sensación rarísima que sobreviene al principio. Eso de sentirse casi mal al no tener nada que hacer; es como si se hubiese olvidado algo, como si el cuerpo mismo te pidiera realizar alguna tarea. Yo, que acostumbro a dormir poco, sufro trastornos del sueño y casi “hago las noches días” leyendo y conversando.
La cosa es que, afortunadamente, me impuse al semestre y estoy viviendo las anheladísimas vacaciones. Han sido días de mucho leer, mucho comer, mucho reírme, mucho cantar e intensas conversaciones con amigos y familia. Obviamente, viajar a Linares siempre es para mí una renovación, pues por allá hasta el aire huele distinto, las gentes se ríen diferente, con más ganas y la comida sabe mejor. Creo que ya he comentado que el cariño que se siente estando allá siempre ha sido un poderoso imán para mí y que si yo pudiese, me iría a vivir en esa ciudad pequeña, de helados ricos y gente amable.
Cada vez que pienso en la posibilidad de vivir en linares, me sonrío y recuerdo las voces escépticas y casi sonrisosas que hablan de “estancamiento “pocas alas” y cosas por el estilo, pero no tengo más que decir a mi favor, que el hecho incuestionable de que la vida allí es más tranquila y está más llena de pequeños placeres. Tengo muy claro que las posibilidades están acá, en el “centro de Chilito” pero amo mi ciudad natal y espero poder siempre volver por allá. Jaja, ¡todo un Sam romanticón enamorado de su comarca!
Tiempo para leer no me ha faltado, porque esa es otra cuestión rica de viajar. Para quienes no nos divertimos mirando la despampanante geografía Chilensis, leer un librito es claramente la opción. Estas vacaciones me atrapó Mario Puzo y su celebérrima novela “El padrino”. ¡Qué libro más entretenido! Los personajes son creíbles, odiables, entrañables y admirables. Creo que mi prejuicio contra las películas y libros de mafias, gángsters, crímenes y esas cosas, me estaban privando brutalmente de esta súper novela. Y es que el Nueva York de los años 40, las luchas entre poderosas organizaciones criminales, la suerte de ciertos inmigrantes y el archifamoso “sueño americano” coexisten en una trama vertiginosa, que atrapa sin remedio y que a mí, personalmente, me dejó con gusto a poco.
Como no podía ser de otro modo, Vito Corleone me alucina actualmente y estoy todavía baboso con su capacidad para manejar los hilos, pero por sobre todo, con la capacidad que tiene para manipular a la gente. Ese es otro elemento que permite amar la novela, a mi modesto juicio, claro. Los personajes son “Mafiosos” pero carecen de la moral maniquea que uno podría esperar ilusamente. Aquí los valores se cuestionan, se supeditan a los personajes, dándole más veracidad a la trama. Vi la película, naturalmente, y me gustó mucho, principalmente la música.
Me quedan algo así como tres días de vacaciones. Quiero descansar un poco más, de forma que las pilas estén ultra cargadas para enfrentar este semestre. De momento es todo. Les dejo un tremendo abrazo y nos veremos prontito.

PS: Fui al fonoaudiólogo y me ha permitido volver a cantar. Eso me hace muy feliz y me permite dejarles también este pequeño enlace. Disfruten.

http://www.youtube.com/watch?v=Lkpbu00_7k0&feature=related

domingo, 27 de junio de 2010

Corregir corregir

Una de las preguntas típicas que aparece cuando me toca hablar de mi profesión, es aquella que tiene relación con la corrección de pruebas y trabajos. Medio en broma, medio en serio, la gente formula sus bien intencionadas dudas y yo, más por educación que por verdadera vocación pedagógica, las respondo con suavidad. No es que me queje, realmente, pues asumo que algunas de ellas pueden allanar el camino y todo eso, pero otras están bien lejos de aquello y obedecen, muchas veces, a una curiosidad poco hábil y levemente morbosa.
En mi período de silencio, cuando buscaba trabajo, pude apreciar lo necesarias que eran estas interrogantes al momento de construir las confianzas con los directivos de colegios, pero también pude comprobar lo dañina que podía ser la forma de preguntar, lo destructivas que muchas veces son las maneras que la gente tiene para disfrazar la falta de conocimiento. En todo caso, las prefiero a que se queden sin saber y se pierda la oportunidad de romper los prejuicios.
Bueno. Una de las cosas que más les interesa averiguar es cómo corrijo pruebas, cómo corrijo ortografía, cómo controlo, cómo uso la pizarra, etc. No es objeto de este post responder a todas estas preguntas, pues entonces arruinaríamos los secretillos del oficio. Sólo diré que la forma tradicional de corregir pruebas es contar con la inestimable ayuda de un corrector/a que quiera trabajar contigo, leer y poner lo que tú indicas. En mi caso, gracias a Dios, ha habido siempre gente bien dispuesta, a la que no le complica ayudar y que incluso hace mucho más que eso.
Este finde, contra todo pronóstico, he tenido que revisar muchas muchas pruebas, pues la carga de trabajo que me corresponde ha aumentado mucho. Conscientes de ello, las personas que me ayudan consiguieron que los dos días que hemos corregido sean sumamente gratos, pues todo el cariño del mundo, la buena onda, la paciencia y otras cosas, sumados a un potente kuchen de frambuesa el segundo día, son razones más que suficiente para pasarlo bien corrigiendo.
Es que en el acto de ayudar hay tanta delicadeza como en el acto mismo de pedir la ayuda. Ellos han conseguido que yo nunca me sienta incómodo, ni al pedir ni al estar en el proceso mismo. Parecen ser conscientes de que para mí tampoco es tan simple tener que depender de ellos en alguna medida. Creo realmente que las personas que logran comprender eso y lo aplican al momento de ofrecer la ayuda, dan un potente paso, porque entonces la ayuda es humilde, centrada realmente en el otro y no en uno mismo.
Es bien complejo el tema de pedir y dar ayuda y podría darnos para mucho más. Yo sólo quiero agradecer, seguir pidiendo paciencia y mandarles un tremendo abrazo a mis ayudantes favoritos y también a la gente que me ofrece ayuda todo el tiempo, al margen de si la puedo aceptar o no.
Para los demás, un tremendo abrazo y nos vemos a la otra.

sábado, 19 de junio de 2010

Algo de tiempo ha pasado

No sé bien por qué no he escrito. Han pasado muchas cosas, pero el día a día consume mi tiempo y energías para ponerlas por escrito, al menos de una forma medianamente coherente. Quería escribir, obviamente, porque no estoy dispuesto a que suceda lo que ocurrió antes de mi silencio de un año.
Hoy por hoy, me encuentro más menos como un tipo normal a fines del primer semestre. Esto es, estresado, algo mañoso y añorando el toque del timbre que abra las vacaciones. De no ser por el cariño que hoy abunda en mi vida, por la fuerza que me entregan todos los días, no podría concretar nada.
Han pasado muchas muchas cosas, pero quisiera detenerme especialmente en algunos puntos.
El primero es el trabajo. Por estos días, me he sentido en una montaña rusa, con subidas y bajadas que hacen revolver el estómago y que no siempre tiene claros la cima y el fondo. He pasado de tener 14 horas efectivas, a casi jornada completa y eso, sumado a ciertos incidentes con alumnillos, ha hecho que la cosa se vuelva desafiante, compleja y siempre intensa.
Hay tantas cosas que me gustaría decir sobre el trabajo; tantas consideraciones que siento deben tomarse en cuenta. Yo personalmente, estoy en un espacio de personas inteligentes, que saben lo complejo de la empresa que construimos día a día y por tanto, que un topo sí o sí necesita ciertas cuestiones para ejercer adecuadamente. Agradezco por ello, perfectamente consciente de que no es el común de los casos. Espero poder, más adelante, reflexionar con calma sobre los trabajos y la condición de topos.
El otro aspecto es el canto. Desde hace algunos días, particularmente desde que me recuperé de un resfrío bien molesto, he sentido que mi voz se ha roto. No sé bien por qué ,pero me cuesta mucho cantar; siento que se quiebran las notas, que no suena bien.
Imagino que debe tener que ver con que el esfuerzo de las clases ha aumentado y con él el uso indiscriminado de la voz, pero no me consuela saberlo. Es bien frustrante y necesito que pase pronto.
Finalmente, recomendar el libro que estoy leyendo, cuando tengo unos minutitos. Se llama El imperio final y es la primera parte de una trilogía de Brandon Sanderson, excelente escritor de novelas estilo “La rueda del tiempo” con una trama aparentemente simple, al modo tolkeniano, pero con una extraordinaria forma para resignificar la estructura tipo de estas novelas y construir elaboradísimas redes sociales, económicas y políticas, que dan verosimilitud a sus tramas y personajes.
Lo recomiendo encarecidamente a quienes gusten del género y dejo parte de la contraportada para ver si enganchan.
Con respecto a mí, nos veremos pronto. Lamento la tardanza y ya seré más específico con las cosas.
Un abrazo grande para todos.

"Durante mil años, han caído las cenizas y nada florece. Durante mil años, los skaa han sido esclavizados y viven sumidos en un miedo inevitable. Durante mil años, el Lord Legislador reina con un poder absoluto gracias al terror y a su divina invencibilidad. Le ayudan los «obligadores» y los «inquisidores», junto a la poderosa magia de la «alomancia», que reside en los nobles. Algunos, sólo algunos, son capaces de «quemar» los metales que han tragado y que les otorgan poderes sobrenaturales. Diferentes metales, actuando en pares, otorgan poderes distintos.
Pero los nobles, demasiado a menudo, han tenido trato sexual con jóvenes skaa y, aunque la ley lo prohíbe, algunos de sus bastardos han sobrevivido. Y algunos han heredado los poderes alománticos. Los «brumosos» (mistings) tienen sólo uno de esos poderes, pero los «nacidos de la bruma» (mistborns) son capaces de dominarlos todos.
Ahora, Kelsier, el «superviviente», el único que ha logrado huir de los Pozos de Hathsin, ha encontrado a Vin, una pobre chica skaa con mucha Suerte... Tal vez los dos unidos a la rebelión que los skaa intentan desde hace mil años puedan cambiar el mundo y la atroz dominación del Lord Legislador. “

Editorial: Ediciones B
Género: Fantasía
Editorial: Ediciones B
Colección: Nova

domingo, 25 de abril de 2010

Aunque atrasado, ¡Día del libro!

¡Hey! La gente que me visita a veces, sabe que soy un tipo que regularmente anda un poco desfasado con las fechas, pero que de los casi tres años de vida que tiene este espacio, nunca he dejado de comentar el día del libro.
Había empezado a escribir una entrada para ello, más teórica que en otros años, pero las cosas de la semana me impidieron publicarla. Aquí está, atrasada, pero mucho menos teórica. Ruego disculpar la demora, pero no quería quedarme con la deuda.

Tengo lo que no tienes, te lo doy, si lo quieres.

Hoy, mientras estábamos en clases de literatura, me pasé un rollo ya viejo en mi vida, pero siempre vigente. Hablábamos del rol del profesor al forjar hábitos lectores; hablábamos de lo importante que son los pares al poner en diálogo una novela y de la relevancia que dichas recomendaciones pueden tener a futuro en la formación de un lector. Así, mientras transcurría la clase, pensé en algunas prácticas que a mí al menos me han empujado a amar leer.
No quiero transformar este post en una egocéntrica biografía; quiero en realidad, comentar cómo cierta práctica, olvidada y reflotada muy poco, que ya mencionaré se ha constituido hoy en un motivo de reflexión, por las implicancias que creo tiene en la educación.

I. Aproximación al código (amor/odio)
Sé que para muchos, el acceso al código es complejo y que algunas veces, determina la posterior disposición a leer. Pero he descubierto, ya crecido, la felicidad que le produce a alguien más grande, acceder a la lectura. Creo que ese es el reconocimiento más grande que obtiene alguien que alfabetiza, esa chispa que se enciende, esa mirada desconcertada que se llena, ese ¡“aaahh!” de asentimiento, que surge como preludio de muchas otras exclamaciones.
Por mi parte, recuerdo que en primera instancia, sufrí mucho con el Braille. ¡Cómo olvidar esas primeras clases, en que el código se resistía, los dedos me sudaban y el mar de puntos no quería adoptar Ningún significado!
Fueron tiempos raros, porque yo mismo no entendía la razón de que se me resistiese tanto y la frustración era bien grande, pues ansiaba acceder yo mismo a los cuentos que me leían con tanta buena onda cuando era más chico. Recuerdo que me cuestioné mucho; que dudé de la posibilidad de ser capaz de leer. Por ello y casi como un ejercicio de autovalidación, comencé a acudir diariamente a la biblioteca del colegio y los dedos se me quedaron planos de tanto pasearse por páginas anticuadas y cada vez más borrosas, de tanto no ser leídas. Con cariño recuerdo a esa bibliotecaria menuda y sagaz que me escuchaba, recomendaba y que muchas veces me contuvo cuando mi curiosidad de niño insaciable me llevó a leer cosas menos digeribles. No olvidaré nunca la impresión que me provocó leer “El ruiseñor y la rosa” porque aún cuando yo sabía del desamor y de las penas que esto produce, verlo graficado con tanta emoción, incluso en la pena y la muerte, me produjo un impacto que no olvidaré.
Fueron años de andar con la mochila siempre cargada, llena de los libracos más inverosímiles. “cien años de soledad” “martín Rivas” “el coronel no tiene quien le escriba” fueron acompañantes de las lentas tardes de internado (cuando no estaba haciendo desorden con amigos) y de las noches, también de internado, cuando furtivamente sacaba mi librotte y leía suavemente, intentando no hacer ruido al pasar las páginas.
Sin duda, la época más romántica de mi relación con leer. Ese olor a viejo de los libros, esos puntos que se resistían a veces, por lo usados, ese sonido rico y gratificante que produce un libro al cerrarse cuando la historia ha terminado, como para no olvidar.
Alguna que otra vez me tocó leer en voz alta para mis compañeros y mi poca pericia con el código no me impidió hacer que ellos disfrutaran un poco, casi como yo lo hacía con la lectura en voz alta.
Fue entonces cuando se me ocurrió sugerir a mis amigos, compañeros de habitación que nos contáramos cuentos todas las noches, para gozo de todos. Funcionó más o menos, pero contar cuentos se volvió una práctica esperada y divertida que duró algún tiempo.

II. Primeros coqueteos

“Pero también es cierto, que cada lector tiene su tiempo, que los libros eligen y que no poder hacerlo antes, no es una razón que te impida volver a intentarlo hasta que resulte”.
Por esos años, me enteré de que un tío querido, que descansa ya en paz, me inscribió en lo que ahora se llama “corporación para ciegos” lugar del que ya hemos hablado. Allí habían muchos más libros, acordes con la edad que tenía entonces. Fue el momento de catetear a mis padres para que me trajeran semanalmente un libro. Recuerdo con cariño esas noches en casa, con la radio bajita, escuchando cuentos de terror, “Papelucho en sus distintas aventuras, detectives y piratas, y muchos otros. Casi no veía tele, pero mentiría si dijera que fue reemplazada por los libros. Siempre he sido un férreo opositor a la dicotomía, pues creo mucho más en la síntesis de los medios al momento de educar a un niño.
Supongo que comenzaba a gestarse mi amor por la lectura en voz alta. No olvidaré las voces amigas que acompañaron esos años. Más adelante tendría la oportunidad de conocer a quienes grababan para nosotros, pero mientras eso no sucedió, ocuparon el espacio reservado para esas figuras medio inalcanzables, típicas del imaginario de los adolescentes en formación. No abandoné el Braille, por supuesto, pero era mucho más rápido leer del otro modo.
No quiero reducirlo a una cuestión de velocidad, pero retomaré este punto más adelante.

III. Universidad, JAWS y un secreto.

“¡Hey! Que vislumbramos sólo destellos”
Por esos años, yo me decía un lector amante, con serias inclinaciones al terror, la literatura infantil y ciencia ficción. King, García Márquez, Tolkien, Bradbury y Doyle ocupaban los sitiales de favoritos, sin discusión. No obstante, al entrar a la educación superior la cosa cambió en forma diametral.
Entrar a la universidad supuso también aproximarse a los libros de modo diferente. Había que leer artículos, había que presentarse con los deberes hechos en cada sesión de clases. La práctica de leer se volvió más que romántica, compleja. Mi madre adquirió un rol fundamental, al igual que mi grupo de amigas, quienes durante largas tardes y noches más largas aún, me leían textos, luchando contra el sueño y la incomprensión que nos sobrevenía a veces, al no encontrar guía en los pasadizos de la interpretación y la teoría literaria.
Por esos años, aprendí a hacerme un adicto a Internet, msn y esas cosas y entre ellas, apareció una nueva oportunidad. “Pero Remus, hay libros digitales”
Fue la bomba. En forma literal. Aprendí a amar la voz del Jaws, mi lector de pantalla; aprendí a buscar mis autores favoritos; aprendí que podía llevarme en cassettes grabados con una pequeña radio pegada al computador, todos los libros que quisiese, pero aprendí, casi dolorosamente, que había mucho más, que las pequeñas bibliotecas, acogedoras de mis curiosidades lectoras iniciales, daban lugar a un universo gigante e inesperado al que yo estaba entrando cautelosamente. Ensayos, textos teóricos, bizarras novelas que nadie conocía, fans fictions, el diario, blogs y crónicas. Todo ahí; como sonriendo burlonamente por mi poca experiencia.
Hice lo que tenía que hacer y leí, leí cuanto pude, sólo para descubrir que sigue habiendo más aún que mirar y que aún con los medios de los que disponemos hoy, el acceso a la información para personas ciegas, sigue siendo limitado.
Hoy ya no uso cassettes, leo mucho menos en braille, pero leo mucho más. He optado por la lectura en voz alta, ya sea por medio del Jaws o por medio de personas amables que quieran compartir tardes conmigo y los libros.
Con diversos géneros, con diversos resultados, los libros han permanecido, porque ese es el secreto, ellos quedan y se resisten a la falta de tiempo, a los altos impuestos, a las políticas gubernamentales fallidas. Si encuentran a un lector, nunca en la vida lo sueltan. El agarre de la literatura es sensualmente nuevo cada día y su encanto perdura en la medida en que uno mismo se deje agarrar y seducir.

IV El viejo amor
Como seguramente habrán comprobado, aún no me refiero a aquella práctica de la que hablé al inicio. Es leer, claramente, pero leer en voz alta.
Leer siempre supone que el lector establece una relación con el texto; una relación que lo involucra, que pone en juego su experiencia cultural, pero también su emocionalidad frente al texto. Cuando leemos en voz alta para alguien, el vínculo se abre, con el fin de ofrecer a otro una síntesis de lo intelectual y emocional que el texto nos produce.
De igual modo, el que oye atento, suspende temporalmente el sentido de la vista, inhibidor por excelencia, y permite que lo empape la emoción de quien está leyendo. El que oye percibe emociones, percibe el código en su forma y musicalidad, y quizá más importante aún, genera un vínculo emocional con quien está leyendo para él.
Es bien conocida la importancia que tiene la práctica de leer cuentos a los hijos, antes de ir a dormir. Me atrevería a decir que nunca olvidan aquello, incluso quienes por circunstancias posteriores no leen. Este vínculo entre lector y auditor me parece determinante a la hora de formar lectores, pues es sabido que funcionamos por imitación. Si recibimos placer estético y sensorial al recibir la lectura de otros, es bien probable que repitamos la práctica.
Leer en voz alta. Ofrecerse, disfrutar con otros el placer que produce este acto. Todas éstas, características que me hacen pensar en promoverla este día del libro.
Para profundizar en las ventajas de la lectura en voz alta, se requeriría un artículo más teórico, pero de momento, instarlos a leer y leer a otro. De verdad, van a disfrutar, ambos.
Nada, que tengan un lindo día del libro, que reciban una rosa, que haya mucho para leer y que seamos felices con la literatura, que para eso está, entre otras cosas, aunque a veces lo olvidemos.